Alguna vez he pensado que estamos viviendo mal. Que lo importante no son los estudios que tengamos, ni los dieces que hayamos conseguido en cientos de exámenes, ni los trabajos importantes en los que nos contraten, ni la cantidad de ceros que haya en tu cuenta corriente.
Que estamos viviendo mal, porque de noche no miramos a las estrellas, sino a una pantalla, en la que hay gente que, a veces sí mira las estrellas, pero que en realidad no lo hacen porque quieren. Están actuando.
Lo malo es que, aunque trates de observarlas algún día, tendrás la mala suerte de vivir en una ciudad, donde lo máximo que conseguirás será ver las luces de un avión.
Oh, suertudos pasajeros, que vais a tierras desconocidas, mientras yo me quedo aquí viendo telebasura.
Y digo alguna vez, porque luego tengo que hacer deberes o memorizar 20 fórmulas para el día siguiente y, claro, se me olvida. Los humanos tenemos esa capacidad de olvidar lo realmente importante y acordarnos siempre de los detalles insignificantes.
Vuelvo a mi vida que fluye sin darme cuenta, y ya he cumplido los 18, y soy adulta. Al menos se supone.
Echo de menos la niñez que se ha ido, todos mis sueños que ahora están difusos. No logro recordar la alegría que sentía aquellos años ni de donde provenía. Lo único que sé es que tengo responsabilidades (uy, que importante). Cumplo todas ellas, menos la que he tenido desde que nací, que es quererme y ser feliz.
Me preocupo por cómo me ven los demás, por no quedarme detrás y que se olviden de mí. Por ir a la moda. Por gustar.
Querría ir a un lugar por donde te acepten por como eres, sin esperar nada de ti, salvo que seas feliz. Un lugar donde cada uno vive su vida, a su manera, sin reproches.
Pero vivo aquí y ahora. Y hay que sacar lo mejor de ello.
Pero bueno, estos son sólo algunos pensamientos que tengo de vez en cuando. Y ahora tengo que volver a la mesa, que mis fórmulas me esperan.
Fdo: La chica sin perspectiva.